domingo, 27 de abril de 2008

La vida sigue...


Sí, sigue la vida, con los que quedamos y sin los que se fueron. Ellos están mejor, si eres creyente te ayuda a llevarlo, y si no lo eres, simplemente han desaparecido.

Sea lo que sea, la vida sigue, no se detiene ni un sólo segundo. Ni siquiera para dejarnos respirar, para rehacernos de nuestro dolor, de nuestro pesar, los pensamientos no paran, bullen en la cabeza. Estos días ha sido como tener una olla express en la cabeza, uno y otro y otro, todo daba vueltas, decisiones, situaciones, suposiciones, todo a la vez, conjeturas y realidades, todo junto… tremendo y complicado.

Cuando me alejo de la ciudad en la que vivo ahora, cuando regreso a la mía, en resumen cuando tomo distancia de mi vida actual, es cuando pienso y veo mejor lo que hay y lo que no hay, lo que falla, lo que no funciona bien, y también lo que logro.

Esta vez ha sido mucho más intenso, he cerrado una página en mi vida, ahora estoy un poco más sola, sólo quedan hermanos e hijos, y no todos están conmigo. Algunos se han alejado, y será complicado que vuelvan de nuevo, y la vida sigue… aunque nunca será igual.

Debe seguir, esa es su belleza y su horror, que sigue aunque no queramos.

“El tiempo es un río hacia el mar de la muerte y ahora me dices tú que el tiempo es la vida misma, que de él y en él vivimos, que resistirle en derrota es nuestra dignidad. Pero no es la vida. El tiempo es la muerte…”

La vieja sirena, de José Luis Sampedro

jueves, 17 de abril de 2008

Ley de vida


Es ley de vida que los mayores desaparezcan. A veces nos creemos que son inmortales, pero no, llega el final inexorablemente. Algunas veces, incluso es lo mejor para todos, para la persona enferma y para la familia. Ese ha sido mi caso.

Mi madre murió el día 12, y la tristeza me llena. También la paz de saber que por fin descansa. Tras muchos años de cruel enfermedad, aquélla que destruye pero no mata, la que borra memorias y sentidos, la que convierte a las personas en seres que no son, el Alzheimer, ahora, tras su muerte, vuelve a ser lo que era en mi recuerdo, una mujer luchadora, que nos sacó adelante a mis hermanos y a mí, viuda muy pronto, que no perdió la entereza nunca, que peleó por nosotros sin descanso. Esa imagen es la que ya vuelve a emerger en mí.

Durante estos años (diecisiete de enfermedad, ocho sin ser ella), muchas veces me he planteado hasta qué punto merece la pena dejar sufrir a un ser humano de esa manera. Qué sentido tiene alargar la vida al que ya no es. Qué sentido tiene pelear por lo que nunca volverá a ser. Es irreversible. Merece la pena entonces?

Sé que es difícil de escribir y de entender. Así pues, de momento me quedo aquí. Mi dolor no me deja ver con claridad lo que deseo expresar. Lo haré más adelante, cuando esté calmada. Estos días estaré en Madrid, volveré en una semana, más o menos.

Besos a todos.

sábado, 5 de abril de 2008

Paciencia


Paciencia (Del lat. patientĭa).
1. f. Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.
2. f. Capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas.
3. f. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho.


Hay cuatro acepciones más, pero no vienen al caso, así pues, en vista de lo visto, yo no soy muy paciente. Y me gustaría serlo, pero conscientemente, no porque la vida y las circunstancias me obliguen a ello.

Sí es cierto que los años nos hacen menos impacientes. Nos enseñan a que no es cuando queremos, sino cuando se debe, y bueno, esperas el tiempo que pueda o deba ser adecuado. Pero a veces, no puedo, no quiero esperar. Y cuando me encuentro en ese estado de no querer esperar, puedo llegar a desesperarme porque no llega.

En mi impaciencia soy paciente, me la doy por tramos. Deseo algo, quiero algo, no puedo tenerlo, espero… me impaciento, comienzo a desesperarme y en ese momento soy consciente de lo que estoy haciendo, es decir nada bueno para mí misma, y le doy un gran bocado a la paciencia, me vuelvo a alimentar con ella, y así una y otra vez.

Soy impaciente, en el amor lo soy sobremanera. Deseo que me amen y sobre todo, deseo amar. Y resulta que es el sentimiento que más paciencia reclama, el que más tranquilidad necesita para poder llegar, aflorar e instalarse.

Es que hoy lo echo de menos, mucho, y me impaciento!!! Pero bueno, me sentaré a esperar pacientemente (que no inactiva) que sea el momento adecuado. Seré capaz?



martes, 1 de abril de 2008

Fuera lastres!


Lastre: Quizá del germ. *last, peso; cf. a. al. ant. last).
1. m. Piedra, arena, agua u otra cosa de peso que se pone en el fondo de la embarcación, a fin de que esta entre en el agua hasta donde convenga, o en la barquilla de los globos para que asciendan o desciendan más rápidamente.
2. m. Juicio, peso, madurez. No tiene lastre aquella cabeza.
3. m. rémora (‖ cosa que detiene, embarga o suspende), impedimento para llevar algo a buen término.


No sólo las embarcaciones o los globos tienen lastre, el ser humano también. Nuestros lastres son de muy diferentes tipos, tantos como personas hay, podríamos decir. Pueden ser pensamientos, acciones no hechas, emociones contenidas, palabras no dichas, mentiras, injusticias cometidas, amistades abandonadas, familiares olvidados,…

Todos los “hay que…” (lastres comunes) o los “tengo que…”, (lastres personales), nos impiden avanzar, crecer, evolucionar y sobre todo, nos roban un tiempo precioso para poder hacer otras cosas, porque no nos dejan pensar más allá de ellos, nos nublan y pesan.

Cuántas veces hemos estado tiempo y tiempo pensando en lo que tendríamos que hacer, y a medida que transcurre, ese “tengo que… ordenar papeles”, por ejemplo, se convierte en una tarea inmensa, porque se han acumulado de tal manera que nos supera. Cuando por fin nos decidimos a hacerlo, nos lleva tiempo, nos pone de mal humor y nos agota, pero al terminar, qué alivio! Se terminó el lastre, de pronto nos sentimos más ligeros, más animados, pletóricos, con fuerza para emprender otras acciones.

Pero no pensamos en que si ordenáramos, a medida que llegan, los papeles, esa sensación sería continua, y no nos bloquearía la mente, ni perderíamos tiempo en pensar en ellos, y podríamos dedicarlo a hacer otras cosas más placenteras o nuevas, prestando toda nuestra atención a ellas y por tanto disfrutando más.

Confieso que tengo lastres sin soltar aún. Ya me he quitado muchos, todavía quedan, pero van siendo menos. Lo mejor, estar convencida de que funciono mejor sin ellos y la sensación de disponer de mi mente entera para otras cosas. Qué me queda? Hablar con mi hijo, recuperar ciertas amistades, perder ciertos kilos, y alguna que otra cosilla que ronda por ahí, pero creo que eso es lo más importante ahora.